La psicología y la reducción de la violencia

La psicología y la reducción de la violencia
La violencia en Estados Unidos ha sido llamada la plaga del siglo XX, y muestra pocas señales de disminuir al ingresar el nuevo siglo. Las encuestas muestran de manera consistente que la violencia y la delincuencia se encuentran en los pri­meros lugares en la lista de problemas sociales más preocupantes para los esta­dounidenses (Mehren, 1996).
Se han realizado esfuerzos por detener la violencia, y el campo de la psicología está desempeñando una función esencial en los esfuerzos por reducir este mal so­cial. Los psicólogos que se especializan en diversas áreas y emplean las principales perspectivas del campo realizan un es­fuerzo concertado para sofocar la propa­gación de la violencia y enfrentar sus secuelas (Human Capital Initiative, 1997; Osofsky, 1997). Su trabajo se ve reflejado en diversas áreas fundamentales: Examinar la idea de que un "ciclo de violencia " perpetúa el comportamiento violento entre generaciones. Muchos abusadores de niños fueron víctimas de abuso en su infancia. De acuerdo con la explicación del "ciclo de violencia", el abuso y el descuido durante la infancia hace más probable que las personas abusen y descuiden a sus propios hijos (Widom, 1989). Esta idea sugiere que la violencia se perpetúa conforme cada generación aprende de la precedente cómo comportarse en forma abusiva (Burman y Allen-Meares, 1994; Wileman y Wileman, 1995; Peled, Jaffe y Edleson, 1995).
Los psicólogos del desarrollo, quienes estudian la maduración y los cambios a lo largo de la vida, han encontrado una cantidad considerable de evidencia que apoya la idea del ciclo de violencia. Sin embargo, esos hallazgos no narran la historia completa: ser maltratado no conduce de manera inevitable al abuso de los propios hijos. Sólo un tercio de las personas que han sido víctimas de abuso o descuido cuando niños lo practican con sus propios hijos (Kaufman y Zigler, 1987). La investigación actual está dirigida a determinar cuándo es más probable que un antecedente de abuso en la infancia conduzca a la violencia en el adulto, y cómo puede romperse el ciclo. Examinar los efectos de la violencia televisada. La violencia en la televisión es común. Una encuesta encontró que de 94 programas en horario estelar examinados, 48 mostraron al menos un  acto de violencia, incluyendo 57 personas asesinadas y 99 asaltadas (Hanson y Knopes, 1993). Además, la tasa de crímenes violentos descritos en la televisión es casi del doble del índice real en Estados Unidos. La televisión infantil presenta también altas tasas de violencia. En una temporada reciente, por ejemplo, la frecuencia de violencia en los programas infantiles fue de 18 escenas violentas por hora (Gerbner, Morgan y Signorielli, 1993; Waters, 1993). ¿Observar tanta violencia en televisión conduce a incrementar la agresión en el mundo real? Aunque no pueden estar seguros por completo, la mayoría de los psicólogos sociales y del desarrollo coincide en que al observar agresión en los medios de comunicación masiva se refuerza la probabilidad de que los espectadores actuarán en forma violenta. Además, la observación de la agresión en los medios de comunicación masiva desensibiliza a los espectadores a las exhibiciones de agresión, llevándolos a reaccionar con pasividad ante incidentes reales (Molitor e Hirsch, 1994; Palermo, 1995; Bushman, 1995; Hughes y Hasbrouck, 1996; Seppa, 1997). Identificar los métodos para reducirla violencia juvenil. El psicólogo Ervin Staub afirma que una combinación de factores psicológicos culturales, sociales e individuales subyace a la violencia en los jóvenes, la cual se ha vuelto significativamente más común durante la década de los noventa. El análisis de Staub sugiere que factores como la falta de cariño, el descuido y un trato cruel, la observación frecuente de violencia, las condiciones de vida difíciles y la pobreza, el prejuicio y la discriminación dan como resultado mayores índices de violencia. Pero también sugiere formas de reducirla. Por ejemplo, ha elaborado un programa de capacitación para difundir creencias y habilidades de procesamiento de información más adaptativas para estudiantes urbanos con antecedentes de agresión.
Por medio de una combinación de representación de papeles, grabaciones de video y discusión estructurada, se enseña a estos alumnos a responder a situaciones provocadoras en forma no agresiva (Staub, 1996a, 1996b; Loeber y Hay, 1997; Spielman, 1997). Reducir la agresión sexual. De acuerdo con algunas estimaciones, una mujer en Estados Unidos tiene la alta probabilidad de 14 a 25% de ser violada en algún momento de su vida (Koss et al., 1988; Kilpatrick, Edmunds y Seymour, 1992; Koss, 1993). Psicólogos de varias ramas del campo, incluyendo especialistas en psicología clínica, psicología del desarrollo y psicología de la mujer, han trabajado para diseñar formas de reducir el comportamiento sexual agresivo. Las estrategias incluyen enseñar valores que hacen menos probable la agresión, como alentar a los hombres a adoptar actitudes consideradas tradicionalmente femeninas y actitudes multiculturales no occidentales, las cuales por lo general apoyan menos la agresión sexual (Hall y Barongan, 1997). Elaborar medidas para reducir la frecuencia de la violencia contra miembros de grupos minoritarios. Aunque la violencia representa una amenaza significativa para todos los niños y jóvenes de ambos sexos, en particular los hombres afroamericanos están en riesgo. Por ejemplo, la causa más frecuente de muerte de los adolescentes afroamericanos varones son las heridas producidas por armas de fuego de amigos o conocidos (Fingerhut, Ingram y Feldman, 1992; Hammond y Yung, 1993; Hittetal., 1994).
Los psicólogos han diseñado varios programas de intervención dirigidos a adolescentes afroamericanos. Por ejemplo, un programa enseñaba habilidades sociales que podían emplearse en situaciones en las que era probable que los conflictos condujeran a la violencia. Después de ver una serie de grabaciones de video usando pares como modelos, los participantes tenían menos probabilidad de pelear y ser arrestados que quienes no participaron (Hammond y Yung, 1991). En otro enfoque, se enseñó a afroamericanos que cursaban la escuela primaria a modificar sus interpretaciones respecto a las acciones de otros. Por ejemplo, fueron entrenados para evitar que sacaran conclusiones apresuradas de que el comportamiento de otros tenía la intención de molestarlos. La capacitación dio como resultado una reducción del enojo frente a la provocación (Graham y Hudley, 1992). Un resultado que ha surgido con bastante claridad de esta investigación es el requerimiento de que los programas sean sensibles desde los puntos de vista cultural, étnico y racial (Hammond y Yung, 1993).
Ayudar a los niños que son víctimas de la violencia. Los altos índices de violencia han motivado al psicólogo del desarrollo Joy Osofsky a iniciar el Proyecto de Intervención contra la Violencia para Niños y Familias (Violence Intervention Project for Children and Families) en Nueva Orleans. El programa busca prevenir la violencia y proporcionar ayuda a los niños, quienes con demasiada frecuencia son víctimas o testigos de la violencia. El programa se lleva a cabo en relación estrecha con la policía, los educadores y miembros de la comunidad. Por ejemplo, se capacita a los oficiales de policía para que sean sensibles a las necesidades y reacciones de los niños que presencian violencia, ya sea que la encuentren en las calles o en sus propios hogares (Osofsky, 1995). Considerar la función de los factores biológicos en la agresión. Varios psicólogos han considerado el problema de si los factores biológicos están vinculados con la agresión. Por ejemplo, el psicólogo James Dabbs, Jr. cree que hay un vínculo entre las hormonas y el comportamiento agresivo, basándose en las investigaciones en las áreas de la biopsicología y la psicología social. Él y sus colaboradores examinaron el nivel de testosterona, una hormona masculina, en casi cinco mil veteranos del ejército de Estados Unidos. Al examinar a los hombres con los niveles más altos y más bajos de testosterona, Dabbs encontró que aquellos en el grupo con testosterona elevada tenían mayor probabilidad de estar implicados en una variedad de comportamientos agresivos y antisociales que los del grupo con baja testosterona. Del mismo modo, en el examen de un grupo grande de prisioneros se encontró que los hombres con niveles más altos de testosterona tenían más probabilidad de haber cometido delitos de sexo y violencia contra las personas, mientras que aquellos con niveles menores de testosterona eran más propensos a cometer delitos contra la propiedad que implicaban asalto, robo y drogas. Si otros estudios respaldan este trabajo sujeto a debate, el futuro puede traer la controvertida posibilidad de administrar tratamientos médicos diseñados para reducir la violencia en los perpetradores (Dabbs, 1993; Dabbs et al., 1995; Banks y Dabbs, 1996; Dabbs, Hargrove y Heusel, 1996; Rutter, 1997).
Como puede verse, los psicólogos están desempeñando funciones importantes y bastante variadas para combatir la violencia, aunque ésta no es el único pro­blema social a cuya solución están con­tribuyendo los psicólogos en un esfuerzo por aliviar el sufrimiento humano. Como exploraremos en los recuadros de Apli­cación de la psicología en el siglo XXI en cada capítulo, los principios básicos de la psicología son empleados, conforme cami­namos por el nuevo siglo, para abordar una amplia gama de problemas sociales.

(Feldman, 2005, adaptación)